Se sabía ya desde 1775 que el grafito era una clase de carbón. Al principio, aquel plomo negro de Borrowdale, como lo llamaban, se usó en trozos llamados marcapiedras. Más tarde se le fue dando forma hasta conseguir una barrita manejable que se envolvía en cuerda que se desenrollaba según se iba gastando. (Para borrar se utilizaba miga de pan). Pero el grafito se convirtió en un mineral estratégico de forma que, durante las guerras napoleónicas, se prohibió su salida del Reino Unido, lo que motivó que se buscase una alternativa al mismo en Europa.

El francés Nicolas Jacques Conté y el arquitecto austriaco Joseph Hardtmuth, en investigaciones independientes pero paralelas en el tiempo, inventaron un sucedáneo del grafito y la arcilla que envolvieron en una funda de madera de cedro para su mejor manejo: era el lápiz tal y como lo conocemos ahora. Por tanto se puede considerar a estos dos como los inventores del lápiz moderno.

Aquel producto abarató los precios, ya que las minas de aquellos lápices resultaban de obtención más fácil que el grafito, material escaso, estratégico y de problemática importación. Todo esto sucedía a finales del siglo XVIII y principios del XIX.