Las ollas a presión, presentes en cualquier cocina doméstica hoy día, empezaron a extenderse por el mundo en la segunda mitad del siglo XX. Pero la idea original de cocer a presiones superiores a la atmosférica aparece mucho antes, a finales del siglo XVII.

A raíz de los estudios de Robert Boyle sobre el comportamiento de los gases a presión, junto con el científico francés Denis Papin, ambos construyen en 1679 la primera olla a presión, que denominaron “digestor”.

Con este dispositivo se dedicaron a experimentar la cocción de diversos alimentos, resultándoles muy interesante la transformación de textura que sufrían los huesos a altas presiones hasta volverse comestibles.

En Londres estos señoritos ilustrados cenaban a menudo en la Royal Society, y gracias al reciente invento se dedicaron a degustar la textura de queso en que se convertían los huesos de vaca o la gelatina en que se volvían las espinas de pescado, todo ello preparado con el aparato de Papin.

Más de 150 años después en Alemania, Georg Gutbrod fabricó ollas para cocinar a presión hechas de hierro forjado recubierto de estaño, que no eran de uso doméstico.

En 1919 se registra una patente española, donde se denomina por primera vez “olla exprés”.