Este peculiar oficio se ejerció en Inglaterra y Escocia hasta el siglo XIX y tenía que ver con un ritual, con distintos matices y versiones dependiendo de la época y el lugar, que consistía en limpiar el alma de los difuntos para que pudieran descansar en paz. Con el muerto de cuerpo presente, se buscaba a uno de estos “comedores de pecados” (normalmente gente marginal que vivía en la periferia de las ciudades) y se llevaba a la casa del fallecido. Allí, el comedor ingería la comida que, previamente, se había pasado por el cuerpo del muerto con el convencimiento que, de esta forma, el comedor absorbía los pecados del fallecido, su alma podía descansar en paz e ir al cielo. El comedor se llevaba unas monedas por el servicio prestado y una comida gratis.